viernes, junio 25

Pedrito, ¡ay mucho cuidado con pedrito!

En unos pocos años he pasado de ser el ser más ignorante en cuestión de plástica nacional, a alguien que conoce algunos nombres, que se apasiona con las obras de gente con apellidos como Félguerez, coronel, Marín, y por no mencionar a los tres grandes (Rivera, Orozco y Siqueiros). Pero desde luego una cosa es decir yo me como diez tacos y otra muy distinta es comérselos y estar frente a frente con ellos. Lo anterior lo digo, porque por muchos años en mi anterior trabajo tuve la oportunidad de aprender de mi jefe un poquitín sobre la historia del Arte mexicano del S. XX.

Aparecen muchos movimientos, nombres y temas, pero sin lugar a dudas aquellos que giran en torno a la revolución suelen ser lo más interesantes, y si no, pregúntenle a Octavio Paz con su Laberinto de la Soledad y las mil y un deposiciones sobre el carácter del mexicano, que en ocasiones, ¡qué digo en ocasiones! en muchos casos toma como margen de referencia este movimiento armado sobre el cual se funda nuestro México contemporáneo. Pero bueno, para historia del Arte o de México, pues mejor lean un libro, este blog no tiene ese fin.

Por razones laborales, mis compañeros y yo hemos tenido la buena fortuna de hacer dos viajes a la fecha con motivos culturales; uno al DF que desde luego es la capital y este segundo en el que me encuentro en Zacatecas. Yo sabía que existían dos hermanos de este estado que habían sido grandes, y desde luego sin hacer menos a los otros, pero es que la impresión que me llevé en el Museo Pedro Coronel de verdad que no tiene manera efectiva de describirse. Cuando me ofrecieron el trabajo en Casa Rosalva tuve que ponerme a leer como energúmeno porque no sabía ni papa de Arte, muchos de los nombres, de las piezas y de los movimientos artísticos que aparecían en mi libro, por difícil que parezca de creer, estaban en este Museo, además de obra plástica de muchos artistas contemporáneos o por decirlo de algún modo moderno.

La gran sorpresa para mi amigo Rodrigo fueron las obras de miró, a quien yo conocía desde hace tiempo, y a según me dijo, el también, pero nunca tan cerquita por decirlo de algún modo. Personalmente a mi me dejó sin palabras el trabajo de quien lleva su nombre el Museo. La obra de Pedro hace un tremendo sincretismo entre la pintura abstracta moderna y la preshispánica; utiliza íconos como las calaveras, además la forma colorista me recuerda la luminosidad de los pueblos indígenas del país, que a través de viajes con sustancias alucínogenas los visualizan en sus viajes. Además de todo esto su obra habla de cuestiones primigenias, del inicio de la humanidad con una rotundidad que deja sin palabras. Al extremo que me fue más agradable su obra que varias de picasso que estaban ahí.

A fin de cuentas lo mejor de todo es tener la oportunidad de conocer este tipo de espacios que están tan alejados de nosotros, y que valen tanto la pena porque lo afectan a uno positivamente. Por un momento entre el Museo Goitia y Coronel fui el hombre más feliz.

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