lunes, septiembre 10

Aún no tengo esa facultad para desprenderme de las cosas...

Desde pequeño desarrollé un gran apego por las cosas materiales. Debido en gran parte que es sencillo expresar nuestro aprecio por quien queremos, comprándole un regalo o dándole algo que represente lo mucho que lo estimamos y lo especial que nos hace sentir, el que esté cerca de nosotros. En una temprana edad, los jueguetes infantiles juegan un papel fundamental, pues es en cierto sentido son un punto de compáración con nuestro congéneres del cariño o aprecio de nuestros padres para con nosotros, en ese caso la lógica infantil nos lleva a pensar que quien tiene el mejor juguete es aquel por el que sienten más afecto. A la hora de crecer y madurar a la etapa de la adolescencia, donde todo es una confusión total y la permisividad de ellos es lo que nos permite notar cuán grande puede el afecto que sienten hacia nosotros, para algunos los déficits de atención se traducen en obsequios costosos, y permisividad a voluntad, para otros el no poder alcanzar lo soñado se torna en obsesión y odio hacia quien se empeña en dar lo más y mejor que puede... en fin la cadena no tiene fin, en cuanto a objetos materiales se refiere; crecen conforme avanzamos en edad.

Lo que hoy viene a mi mente y da pie a este post, es el hecho de que no solo los objetos poseen esa materialidad, todo lo que no es esencia es materia. Lo que me desconcerta es que desde pequeño mi facultad para desprenderme de las cosas ha sido inexistente, sufro cada vez que algo que llena mis expectativas tiene que partir de mis manos, y considero que es normal para muchas personas, pero siento que en mi caso es amplificado, como si cada emoción que cruza por mi, le pasara a los demás, pero en mi caso se ampliara con alguna clase de lupa y me hiciera sentir en un letargo, elevado a otro nivel. Todavía hoy después de 8 meses de haber pérdido a mi hija ficticia, siento ese vacío que dejo. Pues aunque gran parte de ello era dolor, las alegrías compensaban lo negativo de aquello; lo curioso es que queda en mi, más grande la necesidad de proteger a alguien, de estar al pendiente de sus necesidades, que de sentirme querido por alguien o aceptado incondicionalmente. No negaré que extraño alguien en quien descargar todos mi problemas teniendo la certeza que no serán contados a la vuelta de la esquina.

Lucho por aprender a no darle tanta importancia a lo material, pero así es la vida, juguetes, ropa, carros, novias, parejas, compañeras, padre, madre, tíos, abuelos y demás, todo eso palpable que podemos tener, llega a adherirse tanto a nosotros que se funde con nuestra personalidad.

Todo final es el inicio de algo nuevo

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo siento exactamente lo mismo

Eduardo López Verástegui dijo...

Muy bien, me alegra saber que no soy el único loco en el planeta que sufre de este terrible mal...

Malgasto energías en poder superar eso que por herencia y aprendizaje forzado siempre he tenido.

Un hueco en el corazón y un tumor en el cerebro, castrada la sensación y mutilada la imaginación.